viernes, 1 de febrero de 2008

De una noche de verano...


A veces, cuando las noches se hacen un poco largas y estoy solo, me gusta cerrar los ojos un momento y ponerme a recordar como era eso caminar, taparse del frío, ver el verde del pasto sobre la turba, una espada en el piso, las barbas rubias de los escoceses y el calor, el aire fresco, las chozas, los clanes y la necesidad de escapar...
Escapar de las hordas bárbaras del centro de la galia romanizada, llegar hasta los pueblos ibéricos y resistir con ellos el avance moro. Traspasar la frontera y aprender de los otomanos, de Aberroes, de Mahoma.
Huir de los Touaregs en medio del Sahara para salvar la vida. Refugiarse con los bere-bere, y bajar luego a lomo de camello hasta Timbuktú. Desandar después la sabana y tratar de llegar al mar. Esquivar los cañones a filo de espada y replegarse hacia la selva. Dormir sin dormir cada noche en pos de salvar el pellejo de leones hambrientos. Llegar a la humedad de la serpiente gigante del África y subir hasta las pirámides inmortales y enormes, siguiendo la corriente desde la vera del Nilo.
Luego, el mediterráneo y los mercaderes, los barcos que cruzan, llevan y traen.
Y conocer Atenas, Esparta y la isla del minotauro. Y llegar a Estambul y ver que antes de eso fue Bizancio y antes Constantinopla.
Subir casi hasta los Urales y rozar las fronteras heladas de los Zares hijos de Rurik.
Despertar en la caravana llegando a la mítica Persépolis, entrar en temporada de monzones al avanzar hacia el sur, rezar a Ganesha, nacer y morir mil veces en la India. Negociar con los mongoles para llegar a la china y cruzar escondido hasta el imperio del Japón. Después, mil años de mar, isla por isla desde el comienzo de la polinesia hasta el otro extremo del pacifico, hasta el caribe infectado de piratas y corsarios, mojar los pies en el atlántico, acomodar las entendederas a las nuevas culturas, descubrir civilizaciones en otros rincones del mundo, bajar por la selva, remontar el Orinoco, traspasar el mato grosso y el amazonas, llegar a la altura de la montaña y preguntar, pueblo tras pueblo, como hacer para alcanzar el río que llega hasta las tierras del rey blanco. Trasladarse hacia el este y hasta el delta, luego hasta la mesopotamia, la segunda que vi en todo el viaje, después el gran río, el mar dulce, las costas desérticas y hostiles, el camino hasta el verde de más adentro y por fin, después de tanto y tanto caminar... la llanura... respirar en medio de la llanura.


Todo eso hice para llegar a buscarte acá donde estas.
Y te encontré. En una quinta a las afueras de un pueblo. A la orilla de una pileta
Llegué a la tranquera de la quinta con mi mochila y te vi, en un día cualquiera de vacaciones, sin enterarte de todo lo que pasó para que un encuentro como este pareciera casual.
Vos me saludaste desde la reposera y sonreíste. Que te ibas a imaginar...
Yo me di cuenta que a veces uno le pone mucha carga a algunas cosas y en pos de ellas hace otras; y no se da cuenta el peso que tienen las otras cosas que vive. Es decir, no se da cuenta que vive... mientras tanto.

Me acerqué hasta la pileta y prendí un cigarrillo. Supe que la carga no era tuya, era mía. Que mi historia era mía. Que me moví en busca de un sueño y que tengo que agradecerte por eso. Por llevarme a moverme. Pero no podes cargar la mochila de ese viaje de tantos años. No lo conoces, no es tuyo. No puedo poner ni una pizca de eso en vos, por mas que por vos haya sentido que lo hacia. Por mas que me haya movido por esa ilusión. Era algo que yo necesitaba, no vos. Por eso lo hice. No lo sabía entonces. Ahora lo se.
Y hoy, más liviano, sin sentir que se me va la vida en eso, ni mucho menos tampoco, podría invitarte a cenar una noche, si es que te parece bien. Por lo pronto dejo la mochila que cargué por mil caminos y que llevé conmigo a través de mil historias. Si te contara todo lo que pasó antes que llegue hasta acá…
Ahora sí tengo ganas de estar con vos, solo por lo que vos sos, no por lo que significarías para mí.
Dejo la carga y me siento liviano. Aflojo los hombros, relajo la columna, descanso.
Vos me preguntas como estoy, como me fue. Yo te digo que, dentro de todo, me fue bastante bien, y sonrío...y vos me sonreís...
Y lo que mas me sorprende del asunto, después de tanto viaje, es oírte decir: __ “Yo también vine de mi Galia, mi Esparta, mi Persia. Yo también vengo de mi viaje”.
Entonces veo tu mochila tirada al lado de la pileta.
Y vos que sonreís...


Me despierto.
Me despierto de verdad.
Me levanto y no se si lo soñé o fue así como pasó. Ya no importa tanto. Es anecdótico. Que es la realidad y que la fantasía, cual de las dos se vuelve más absurda...
Ahora lo que hay que hacer es lo que no podía notar. Lo mismo que antes, lo mismo que siempre. Lo mismo de cada mañana.

Empezar otra vez. Sin mochila... y ver que pasa mientras tanto.

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