Estuve el otro día con una amiga sacando fotos en el Cementerio de la Recoleta. Ella, avezada fotógrafa, lucia una vieja Zeiss Ikon, alemana. Un viejo guerrero de la fotografía que supo ser herramienta de corresponsal en otras épocas. Amante de la vieja escuela, cambió rollo mientras pudo y sucumbió luego a los beneficios de la digitalidad. Eso le permitió algo menos de romanticismo, pero más disparos. No es lo mismo, claro. Pero sirve.
Ella sacó esta foto. No se entiende bien que significa, asi como asi. Pero en su contexto toma otra forma. Y lleva un mensaje que vale la pena mencionar.
En el cementerio de la recoleta, abundan los carteles turísticos que indican los fastuosos mausoleos de las familias mas mentadas de nuestra historia. Apellidos que son sinónimo de las más diversas cosas. Aberrantes tradiciones, belleza de discursos, movimientos oscuros, espejos de colores, vanas glorias. Bueno, sabemos lo que han hecho de todo esto.
Y en el medio de los Sarmientos y los Mitres, de los Avellanedas y los Roca; un pequeño cartel recuerda algo mas.
Un modesto graffiti de costado y algo bajo para la lectura, se acuerda de los apellidos que tienen todos. Los que no dejan marca en mausoleos, los que escriben sin palabras la historia de aquellos que lucen las medallas.
Miles de años pasaron desde que empezaron a verse los ríos de sangre que sellaron a fuego el relato de la humanidad. Miles y miles de apellidos que no conoceremos nunca, fueron los que son solo relato de números, en el mejor de los casos, cuando no apenas una mención a pie de página.
Cuantos Gonzáles o Fernández, habrán ido hasta Paraguay con Mitre. Cuantos Fueron fusileros y cuantos artilleros. Cuantos escribas contaron los que tantos otros obreros o esclavos hicieron con las piedras al formar cada pirámide. Cuantos más llegaron a los polos y cuantos hicieron la muralla china. Cuantos…
Quienes?
Que apellido son los nadies? Que nombre se le pone a lo que será recordado solo como la fuerza de choque, el frente de trabajo, la población activa, los del montón, la mayoría.
El vulgo.
Quienes eran ellos?
Quienes somos?
Ahí, en medio de los mausoleos, entre las tumbas fastuosas de los grandes líderes, esos hombres estirados, llenos de mármol hasta la coronilla; ahí en medio del lustre de los bronces, a alguien se le ocurre una pequeña mención. Una recapitulación de apellidos populares. Un cartelito que insinúa. “los comunes y olvidados, por acá.”
Y una vez que uno lo lee, resulta casi ofensivo todo lo demás. Resulta ofensivo el entorno. Esos nichos, esos mausoleos, ese cementerio de gente que parece menos muerta por estar mejor cubierta. Como un salón de la fama de los finados en donde se encuentran lo apellidos de los que sacaron chapa de haber hecho, pero nunca fueron capaces de decir: “fueron los mismos de siempre los que lo hicieron”.
Los de siempre. Los que remaron, los que pusieron el lomo, los que les construyeron esas tumbas, los que fundieron ese bronce haciendo cañones y luego lo volvieron a fundir para hacer placas. Los que no se llaman, los que quedan afuera, los que se entierran en campos populares con placas populares.
Los que en los libros de historia, parece que no estuvieran haciendo nada mientras se hacían los países y los imperios.
En todo esto veníamos pensando. Fotografiándolo.
Y en el medio del paseo y el pensamiento, encontramos algo mas.
El mausoleo en homenaje a la guerra olvidada de la historia argentina. La guerra con el Paraguay. En la puerta del pequeño rincón, dos estatuas de tamaño natural presentan dos soldados en formación, custodiando la entrada.
Ese hombre de la entrada es un nadie como cualquiera de nosotros, pero de bronce. Uno que murió en el frente o tal vez sobrevivió para contarlo. Ese que fue modelo de la estatua, quedó como pequeño y olvidado testimonio de los que no se nombran.
Sepamos todos entonces, que un tipo como uno, una fisonomía que uno se podría cruzar en el colectivo, un tipo que no sale en los billetes, que no tiene nombre, es el mejor testimonio de todo lo dicho. Uno que no tiene apellido patricio, que apenas si sabría escribir, se cuela en el bronce dando aunque sea una vez, un tiro para el lado de la justicia.
Para el, que nos regocija pensando que uno de los de este lado se les coló en los homenajes. Vaya esta imagen para que todos lo conozcan. Mitre estuvo en esa guerra. El también, y se jugó mas.
Así que allí estábamos, mirando de cerca un cartel improvisado y una estatua de un nadie que se cuela entre los “Alguien”. Mirando de lejos un país al que no pertenecíamos, con lideres que no eran nosotros.
Los que no tenemos un apellido patricio, vivimos y morimos allá afuera, sin que queden mausoleos por eso. Como el muchacho de esa estatua colada en la gloria que alguien quiso arrebatarle y le corresponde.
Asi que, después de todo; ante tanto nombre de ciudadano ilustre, vaya esta vez el brindis para los demás, los que no se nombran, los que no tenemos apellido en los libros de historia, los que quedamos detrás cuando se dice Fulano ”y su ejercito”, Mengano “y su equipo”, Sultana “y sus allegados”.
Para los que callados hacen grande lo que otros lucen en sus charreteras. Sin ánimos demagógicos ni patrioteros, pero a ver si pasa, de una vez y para siempre. A ver cuando el trabajo silente y constante, vale por la verdadera importancia que tiene.
A ver cuando toca un homenaje a gente que haga cosas comunes.
Y con eso valga de verdad estar haciendo algo bueno por crecer.
Ella sacó esta foto. No se entiende bien que significa, asi como asi. Pero en su contexto toma otra forma. Y lleva un mensaje que vale la pena mencionar.
En el cementerio de la recoleta, abundan los carteles turísticos que indican los fastuosos mausoleos de las familias mas mentadas de nuestra historia. Apellidos que son sinónimo de las más diversas cosas. Aberrantes tradiciones, belleza de discursos, movimientos oscuros, espejos de colores, vanas glorias. Bueno, sabemos lo que han hecho de todo esto.
Y en el medio de los Sarmientos y los Mitres, de los Avellanedas y los Roca; un pequeño cartel recuerda algo mas.
Un modesto graffiti de costado y algo bajo para la lectura, se acuerda de los apellidos que tienen todos. Los que no dejan marca en mausoleos, los que escriben sin palabras la historia de aquellos que lucen las medallas.
Miles de años pasaron desde que empezaron a verse los ríos de sangre que sellaron a fuego el relato de la humanidad. Miles y miles de apellidos que no conoceremos nunca, fueron los que son solo relato de números, en el mejor de los casos, cuando no apenas una mención a pie de página.
Cuantos Gonzáles o Fernández, habrán ido hasta Paraguay con Mitre. Cuantos Fueron fusileros y cuantos artilleros. Cuantos escribas contaron los que tantos otros obreros o esclavos hicieron con las piedras al formar cada pirámide. Cuantos más llegaron a los polos y cuantos hicieron la muralla china. Cuantos…
Quienes?
Que apellido son los nadies? Que nombre se le pone a lo que será recordado solo como la fuerza de choque, el frente de trabajo, la población activa, los del montón, la mayoría.
El vulgo.
Quienes eran ellos?
Quienes somos?
Ahí, en medio de los mausoleos, entre las tumbas fastuosas de los grandes líderes, esos hombres estirados, llenos de mármol hasta la coronilla; ahí en medio del lustre de los bronces, a alguien se le ocurre una pequeña mención. Una recapitulación de apellidos populares. Un cartelito que insinúa. “los comunes y olvidados, por acá.”
Y una vez que uno lo lee, resulta casi ofensivo todo lo demás. Resulta ofensivo el entorno. Esos nichos, esos mausoleos, ese cementerio de gente que parece menos muerta por estar mejor cubierta. Como un salón de la fama de los finados en donde se encuentran lo apellidos de los que sacaron chapa de haber hecho, pero nunca fueron capaces de decir: “fueron los mismos de siempre los que lo hicieron”.
Los de siempre. Los que remaron, los que pusieron el lomo, los que les construyeron esas tumbas, los que fundieron ese bronce haciendo cañones y luego lo volvieron a fundir para hacer placas. Los que no se llaman, los que quedan afuera, los que se entierran en campos populares con placas populares.
Los que en los libros de historia, parece que no estuvieran haciendo nada mientras se hacían los países y los imperios.
En todo esto veníamos pensando. Fotografiándolo.
Y en el medio del paseo y el pensamiento, encontramos algo mas.
El mausoleo en homenaje a la guerra olvidada de la historia argentina. La guerra con el Paraguay. En la puerta del pequeño rincón, dos estatuas de tamaño natural presentan dos soldados en formación, custodiando la entrada.
Ese hombre de la entrada es un nadie como cualquiera de nosotros, pero de bronce. Uno que murió en el frente o tal vez sobrevivió para contarlo. Ese que fue modelo de la estatua, quedó como pequeño y olvidado testimonio de los que no se nombran.
Sepamos todos entonces, que un tipo como uno, una fisonomía que uno se podría cruzar en el colectivo, un tipo que no sale en los billetes, que no tiene nombre, es el mejor testimonio de todo lo dicho. Uno que no tiene apellido patricio, que apenas si sabría escribir, se cuela en el bronce dando aunque sea una vez, un tiro para el lado de la justicia.
Para el, que nos regocija pensando que uno de los de este lado se les coló en los homenajes. Vaya esta imagen para que todos lo conozcan. Mitre estuvo en esa guerra. El también, y se jugó mas.
Así que allí estábamos, mirando de cerca un cartel improvisado y una estatua de un nadie que se cuela entre los “Alguien”. Mirando de lejos un país al que no pertenecíamos, con lideres que no eran nosotros.
Los que no tenemos un apellido patricio, vivimos y morimos allá afuera, sin que queden mausoleos por eso. Como el muchacho de esa estatua colada en la gloria que alguien quiso arrebatarle y le corresponde.
Asi que, después de todo; ante tanto nombre de ciudadano ilustre, vaya esta vez el brindis para los demás, los que no se nombran, los que no tenemos apellido en los libros de historia, los que quedamos detrás cuando se dice Fulano ”y su ejercito”, Mengano “y su equipo”, Sultana “y sus allegados”.
Para los que callados hacen grande lo que otros lucen en sus charreteras. Sin ánimos demagógicos ni patrioteros, pero a ver si pasa, de una vez y para siempre. A ver cuando el trabajo silente y constante, vale por la verdadera importancia que tiene.
A ver cuando toca un homenaje a gente que haga cosas comunes.
Y con eso valga de verdad estar haciendo algo bueno por crecer.
Foto2: Capitan de su calle