martes, 26 de febrero de 2008

El muchacho dice



Bien señor. Muy bien. Muy agradecido.
Sus concejos me dan la verdad. Al parecer la única. Toda discusión es débil después de semejantes afirmaciones.
Usted me cuenta todo lo que debe ser, todas las verdades, gigantes, indiscutibles.
Usted tiene años, años vividos. Acumulación de tiempo respirado sobre esta tierra. Eso para usted es un merito. Para mi no es un merito para refregarle en la cara a nadie. ¿Tiene años? Bien, yo también los tendré. Solo tengo que sentarme a esperar que el tiempo haga su trabajo. En cuarenta años me levantaré y diré con orgullo: __”Bien, ahora tengo años, ahora puedo interpretar todo con claridad, ahora puedo dedicarme a vivir, solo debo encontrar un picle al cual darle las indicaciones pertinente para que viva por mi; porque yo soy una momia que no puede moverse, entonces necesito alguien que pueda llevar a la practica todo lo que yo solo conservo en teoría un pibe que tenga juventud”
¿Y a que no adivina que me sobra a mí? Bingo…
Se lo digo saltando si quiere, porque no me duelen las rodillas.
Usted quiere decirme como vivir porque usted quiere vivir. Pero no es espacio ni su tiempo, hombre…es el mío. Usted necesita decirse a si mismo en su juventud, que debe hacer y que no, que le conviene continuar y de que costumbres debe alejarse. Usted quiere que eso se pueda, pero no se puede. No es posible, y usted esta donde está y yo estoy donde estoy y viene usted a refregarme sus años por la cara. Bien, yo le refriego mis articulaciones sanas. No tendré muchos años como para saber todo lo que se supone que usted sabe pero tengo los suficientes para entender que los años y la sabiduría no siempre van de la mano. El mundo está lleno de viejos estupidos y equivocados, que creen que pueden dar consejos porque peinan canas y nada mas que por eso.
Si le sirvieron de algo los años recordará que cuando era un muchacho de veintipico escuchaba los sermones de los viejos y lo hartaban tanto como a mi. Por lo menos debe haber aprendido con los años a soportar los errores ajenos, a no exasperarse con las equivocaciones y el entusiasmo quimérico de los jóvenes. ¿Cree que me importa equivocarme? ¡No me importa en absoluto! Mañana mismo puedo empezar de nuevo.
¿Usted tiene años? Bien, yo también los tengo, pero usted los tiene encima. Y yo por delante!!!
Bien… bien… Bueno. Empecemos de cero. Supongamos que yo sigo todos sus concejos, supongamos que tiene razón, supongamos que no cometo los errores que usted cometió ni ningún otro. Supongamos que por eso me fuera a ir bien siempre en la vida. Al cabo de unos años usted habrá construido un perfecto imbecil. Un tipo que no puede tomar una desición. Que no ha sufrido nunca, que no sabe lo que es un sacrificio. ¿O no ha aprendido usted de los sacrificios? Tal vez logró su experiencia envuelto en algodones de felicidad. ¿No ha pasado usted por eso de perder la felicidad y una vez perdida darse cuenta que la tenia y la dejó ir?
Yo no se nada de la vejez. Supongo que los años me darán las respuestas pero si, viendo desde afuera, me parece arrimarme a una conclusión; Los viejos conservan una sola utopía, una sola quimera irrealizable: que los que vienen atrás no tengan que pasar las que pasaron ellos. Eso no puede ser. Es imposible.
Yo también creo que el tiempo es poco señor. Y no quiero hacer apología del asunto pero es así. El tiempo es poco y todo termina de manera inevitable en la muerte.
Pero debo hacerme el estupido, porque tengo veintipico y a veces todavía me da por jugar al inmortal. Ya no tanto, lo admito. Pero a veces me pasa. Por que? Porque se que el final está ahí, pero todavía no lo tengo enfrente.
Si ahora, a mi edad, digo “Si, es verdad, todo esto no es mas que una lucha inútil” Por mas verdad que sea ¿Que hago los próximos 50 años? ¿Sentarme a esperar que se me acabe el aire? ¿Seguir sus instrucciones? ¿Vivir según las instrucciones de alguien?

Claro que usted debe tener muchas mas respuestas que yo…

Pero a mi no me queda otra que buscar las mías.

Foto: Capitan de su calle

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