martes, 12 de febrero de 2008

El fantasma y el caballero


El caballero recorre los tenebrosos pasadizos de la montaña a la que ha llegado, envalentonado por los vítores ajenos y el miedo propio. Llevando la bandera de un heroísmo que sabe mentira. Solo su miedo lo puso a reaccionar. No pudo a veces hacer otra cosa que actuar ante la amenaza de su propia muerte. Eso hace que muchos admiren lo que el cree que son las mismas reacciones que cualquiera tendría en pos de salvar el cuero.
Aquí se encuentra ahora preguntándose lo mismo de siempre. Como fue que se embarcó en semejante cosa. Por que no se quedó en casa alimentando sus cabras y mirando el atardecer. Es mejor negocio en este momento, espada en mano y viendo su aliento vaporoso que se pierde en la penumbra del pasadizo que transita. Ha roto las redes de las gárgolas, destruyó los conjuros de los magos, supo usar las piedras mágicas algunas veces y otras se equivocó y sobrevivió por errores ajenos. Robó el aguamiel a las valkirias inmortales en pos de pequeñas y perecederas causas humanas. Casi un capricho de los que morirán frente al poder de los eternos. Talvez permitido por los eternos frente al aburrimiento de su eternidad. Tal vez por eso, tal vez por el descuido o la necesidad de entretenimiento de los dioses es que ha vencido obstáculos que creyó que no podría vencer. Ha tenido suerte y pericia en partes iguales.
Llegado al rincón mas oscuro que haya visto en esta escalada sintió un estremecimiento. Una sensación que lo hubiera paralizado en otro momento. Ante la sensación de peligro sacó su espada rápidamente. Se vio reaccionando como no lo hubiera hecho antes. Le paso por la cabeza un segundo la sensación de haber aprendido algo en ese viaje. Frente a el un viento frío salio de la caverna. Un sonido grave se mezcló con el viento y entonces lo vio.
La imagen era más fuerte que su leyenda, lo que habla mucho de su magnitud. Su color y su luz eran paralizantes. Su sola presencia imponía un desafío imposible. Recordó las historias del rey muerto. De la maldición de los brujos, de la caverna perdida que descendía al infierno. Del frío que congelaba primero el alma y después los huesos. Recordó las voces de los viejos que lo animaron a ir hacia lo que sabían que podía ser su fin, pero también su comienzo. Recordó a los jóvenes temerosos que le pidieron que desistiera. Recordó los jueces que lo insultaron por hacer algo y a las damas que se rieron de él.
Recordó todo y supo a lo que se estaba enfrentando justo en ese momento. No lo había descubierto hasta tener enfrente el enorme espectro del rey muerto frente a su endeble humanidad
Un monarca marcado por la maldición de los inmortales, hace miles de años. Condenado a la misma condena que ellos llevan. La inmortalidad. Un monarca espectral con su espada, su corona y su espíritu resplandeciente, aparece por fin frente al caballero buscador de aventuras. Ahora sabe que sus armas no podrán enfrentar al ánima en pena que se cruza en el camino y busca en su cabeza algún sortilegio que lo salve de una muerte segura. Sus ideas se cruzan a una velocidad asombrosa. Combina métodos y conjuros, desentrama las frases de antiguos libros, acomete con rezos protectores. Tiene que encontrar ya mismo la llave que lo libere de una muerte segura. Busca la salida de un pantano de angustias que lo invade.
Hace todo lo que cree a su alcance y sabe de todos modos que no es suficiente. Nada lo salva. Sus opciones se acaban. Su mente está a punto de estallar.
Entonces descubre que ya no hay manera de salir de ese lugar. Y se abandona. Se deja llevar. Si debe perder la cabeza lo hará. Ya no se puede hacer mucho por eso. Le resulta increíble lo poco que le importa ahora, después de mil batallas, cuidar lo que pensó tan valioso en otro tiempo.
La espada del fantasma se eleva en el aire azulado de la noche. Se mezcla con el resplandor verdoso y fosforescente del rey muerto que regresa. El grito ensordecedor se propaga por todos los rincones, el caballero clava sus uñas en sus sienes y aprieta los dientes. El dolor y la angustia lo rinden, la espada del que siempre vuelve se cobrará su vida en un instante.
El rugido cavernoso y grave como un trueno se mezcla con el zumbido de la espada bajando por el viento… y ya ha llegado el final.
Cae la espada por sobre el cuello… y pasa de largo. No puede matarlo. No puede.
No es real. Es un fantasma.
El se da cuenta que el aire espectral que lo rodea no es mas que una ilusión de muerte. La lluvia lo lava y al fantasma no, el frío lo estremece y el fantasma está inmutable. El no puede ser la carne, no tiene el poder de volverse vivo.
El caballero se da cuenta que el mas poderoso sortilegio contra el fantasma que lo acecha es entender que no existe tal fantasma que lo pueda matar.
Se pone de pie y se va. El fantasma grita y maldice con mil amenazas de fuego eterno. El caballero ya no lo escucha. Ha entendido que su destino no está escrito en las espadas de los monstruos que pueda encontrar en el camino, sino en los caminos que el elija.

Se ha dado cuenta que su vida no dependerá del azar que lo atraviese, sino del juego que quiera jugar. No lo alegra eso. Preferiría encontrarse con su devenir sin tener que elaborarlo. Sin embargo es al revés. Él tiene que hacerlo y eso es así desde siempre.

Fatalmente así desde siempre

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