viernes, 18 de abril de 2008


Un muchacho y su prometida paseaban por los alrededores del anfiteatro. En ese momento, un gladiador caminaba exultante por las afueras de la arena en la que había combatido hacia apenas una rato. Todavía tenía el sudor en el cuerpo y las manos ensangrentadas con la vida de su victima. Era un enorme guerrero secundado por admiradores a los que veía desde su altura, desde su enorme masa muscular. En ese momento, era parte del olimpo.
El rey observaba junto a la reina, por entre las murallas de aquella ciudad de oriente, la enorme cantidad de soldados que el pueblo vecino lucia en sus lineas, fronteras afuera, en su lado de aquella tierra. Era el majestuoso desfile frente a su gran líder. Para ellos, era el día más importante del año. Se sentían orgullosos de ser parte de esa pujante nación.
Al cóctel de aquella noche llegó el joven doctor y su mujer. Después de las presentaciones de rigor notaron que se encontraba allí el más famoso abogado de la ciudad. Uno de los mejores del país. Rodeado de aduladores que querían la foto con el y profesionales serios que lo admiraban de verdad.
Ella vio al muchacho a su lado y volvió a mirar al gladiador sudoroso y bestial, rey del reino vecino y famoso doctor. Y se le ocurrió una idea.


“Si me amas… vencelo”


El la miró un segundo. Cerró los ojos, bajo la cabeza. Supo que todo eso era una estupidez. Así fue como el gladiador lo aplastó en la arena, lo golpeó como nadie nunca lo había golpeado, lo destrozó a patadas. Alisto su ejército y lo comandó frente a las fuerzas enormes de aquel poderoso rey. Y fue al frente de la carga de caballería. Tomo el caso que nadie quiso y tuvo que pedir un receso para no seguir siendo vapuleado en una corte que empezaba a compadecerse de el. Y tomó la pierna del tipo cuando lo estaba matando y se levantó con lo ultimo que quedaba de si y lo tiró al piso, alcanzó a sobrevivir a los arqueros y reagrupo fuerzas, convenció a aquel testigo que podía igualar las cosas y le salto arriba de la cabeza, sin parar, rogando que no se vuelva a levantar por el norte tomando la retaguardia de su infantería para lastimar su flanco fuerte, al preparar un alegato sin fisuras y repreguntar a los testigos. Ya casi no sentía el cuerpo y su propia sangre no le dejaba ver bien a su oponente pero no podía parar ahora, cuando los arqueros eran su ventaja, su infantería había abierto una brecha en las columnas enemigas y sabia que la otra parte pensaba en negociar un fallo que ya no era tan seguro. Allí, en ese instante, cuando ya no tenía mas para dar, junto sus manos y bajó los brazos con todo lo que le quedaba sobre esa cara, se lanzó con la caballería para arrasar el campo, presentó el documento que probaba todo. Se rindió en el suelo, se dejó caer sobre el caballo, se apoyó en su escritorio, se sentó a ver como la mole levantaba la mano pidiendo ayuda, se retiraba el emperador, la jueza fallaba a su favor.

Entonces, después de la guerra total, cuando ya no quedaba dentro de el nada que pudiera dar, se acercó a ella, la miró, levantó su mano y le desparramó la cara con una cachetada que ella no va a olvidar nunca.
Después, ensangrentado, insomne, dolorido, le dijo:


“Soy lo suficiente hombre para cumplirte este y muchos caprichos mas, pero si fueras un poco mujer… no los pedirías nunca”


Se fue de la plaza, de la corte, del campo de batalla, en silencio.
Ella lo busco mil veces después.

No pudo llegarle nunca más

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