martes, 29 de abril de 2008

Manucho


Se nos fue Manucho. Se apagó. No quiso más. Se fue despacito como llegó, pero terco en su camino. No había manera de hacerle entender que se quedara. Un día dijo basta y se fue. Por propia voluntad y en silencio, porque eligió no esperar mas, porque su corazón se perdió en la niebla, porque su silencio decidió ser el silencio mismo. Nos dejó la inocencia de sus días, la tristeza por el final, la culpa por algún reto cuando aparecía asustando por detrás de una puerta, las ganas de entender que pasaba en su cabeza que uno no veía. Nos dejó su tejo y sus charlas de historia, su vocecita ahuecada y quebradiza, sus ojos que miraban todo a la vez. Que raras se ven ahora sus tardecitas en la vereda, sus entradas por el portón, sus pantalones que siempre le quedaban grandes. Nos dejó un sabor a otros tiempos, alguna historia de su infancia, alguna lágrima en navidad con su copa levantada y esa sensación de que se quebraría si uno lo abrazaba fuerte. Lo quisimos como pudimos. No se si alguna vez supimos bien que quería su alma, donde estaba su nostalgia, que esperaba de todo. Lo ayudamos a vivir y el a nosotros a entender y aceptar algunas cosas de la vida. No creo que hayamos llegado a conocerlo. Al menos no del todo. Siempre parecía guardar algo. El quería estar, ver como era, hacer lo que todos, reír con las bromas. Alguna vez comimos fruta y charlamos de su infancia. Alguna vez un vaso de cerveza, que era toda una borrachera para el. Todavía se oyen sus anécdotas de sus tiempos en el campo. Sus idas y venidas de argentina, sus arranques en cualquier parte de la charla y ese fastidio de uno por no entenderlo y de él por no poder decir lo que quería.
No hagamos ahora leña del árbol caído y salgamos tampoco a declamar el profuso amor que nos sentíamos. No. No era así. Creo que siempre nos miramos desde lejos sin saber bien de que la iba la vida del otro. Pero sentimos cariño. Y te bancamos en las buenas y en las malas, Manucho. Como vos desde tu lugar a todos nosotros. Porque después de todo valías la pena. Porque eras un buen tipo. No tenías maldad.
Te fuiste en vísperas de un casamiento. Vos que salías torcido en las fotos y aparecías en los pasillos sin que nadie te escuchara tenías que irte así. Vos que en medio de la charla tirabas la jarra de vino, que cuando terminaba la conversación opinabas sobre su principio, no podías privarte de un final a toda orquesta. Un final como fuiste. Suena tragicómico Manucho, pero es así. No conozco a nadie que en su final haya sido tan consecuente con su vida.

Gran honor le hiciste al refrán, solo que al revés. El que viene sin que lo llamen, se va sin que lo echen.
En silencio, sin ruidos, sin pompa ni boato. Un final chiquito para un ser chiquito. Cuanto que aprender de eso…


Fuiste un buen tipo Manucho. Nos da mucha tristeza que ya no estés.

Foto: Capitan

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