viernes, 25 de enero de 2008

Breve relato de la vida microscopica


Mil años hace que cada día aparece la luz en las ventanas de este lado del mundo. Mil años y un poco mas también. Mil años de guerra y paz interminables, de calabozos y primaveras, de filos gastados de espadas que traen hordas a destruir todo otra vez. Mil años hace que todo vuelve a florecer como en el primer calor.
Y en el medio la gente pequeña y pobre. Con sus cosas de gente pequeña y sus angustias diminutas pero dolorosas. Con sus soltura y su baile, con su doble sentido y su carcajada. Miles y miles de pequeñas personas que acá están mil años hace ya.
En la periferia tal vez un poblado de algunos cientos. Como hormigas. Agrupados en lugares entre clanes, con esa tendencia al amontonamiento que tiene esa gente pequeña. Como para pasar el frío, para juntar todos un poco más de calor en medio del invierno de mil años de la gente pobre.
Ahí, en un rincón; una casa, donde se acomodan hormigas en torno al fuego, donde se esparcen al sol y en el agua. Ahí ellos, casi felices, dando batalla desde su pequeñez de seres que no saben por que, ni como, ni cuando pasa nada de lo que pasa.
Ahí en medio de eso, un día, nace uno. Crece en ese entorno, se acurruca frente al fuego, se tira al sol. Tirita y espera el verano, cosecha y siembra otra vez. Ahí en el medio uno crece sin autorizar nunca que eso pase, y sin pedir permiso tampoco. Ahí uno un día se vuelve adulto y supuestamente responsable por tantas cosas que hay que hacer, en calidad de urgencia. Ahí uno empieza a llevar riendas en carros que no se sabe por que lo llevan a uno de pasajero.
Un día uno se pregunta por la vida, por la gente pequeña, por como fue que llegó hasta aquí, por que se durmió a veces y no se dio cuenta de las cosas, por que a veces no sale todo como uno quisiera, por que no se sueltan las riendas de la alegría y se disfruta, por que somos tan pequeños y los inviernos son tan largos, por que es que uno hace lo que hace y no se dedica a otra cosa.
Uno siente dolor adentro. Dolor grande pero de gente pequeña, de hormiga, de amontonamiento, de pequeño ser que existe sin respuestas y con preguntas estupidas.
Uno no sabe por que está acá y no entiende por que cree que algo de esto importa. Se reclama cosas y se paga precios que casi desconoce por piezas que no lo valen y un día no quiere hace mas nada. Quiere dejarse tapar por el humus, dejarse llevar, hacer otra cosa, no trabajar más de lo que trabaja, abandonar todo, no perder mas el tiempo con eso, no venderse por una moneda y salvar algo de lo que importa. Si es que algo importa.
Un día uno se da cuenta de la naturaleza microscópica de todo lo que somos. De la humildad enorme con que hay que tratar la vida, porque uno es un pedazo de tierra y nunca será nada más. Solo ese espacio de tiempo que nos toca nos da la libertad de sentirnos vivos por un segundo, un parpadeo, un suspiro, un halito de existencia que no alcanza para modificar ni una migaja del universo. Y una vez comprendido eso, solo queda lugar para sentir la quemazón del tiempo sobre nuestras espaldas. Saber que se agotará pronto y nada pasará cuando pasemos de una vez. Luego del miedo, del terror del abandono y la tristeza no queda más que respirar hondo este segundo de gracia, esta ventaja de tiempo, esta distracción del cosmos que nos permitió, por una vez decir siento, estoy vivo, necesito, me corto, me quemo, me enamoro, discuto, me entretengo, lloro, sufro por la muerte, descuido la vida, que me arde con un bofetazo que me despierta. Y meo en un baldío, me las veo con el arte, miento, me arrepiento, me deshago en explicaciones y preguntas, hago alguna vez lo correcto, me emborracho, eyaculo, aprendo cien oficios diferentes, me lastimo, me divierto, me angustio, me meo de la risa.
Y Hago cosas, perduro y me disuelvo en mi historia pequeña de seres microscópicos y banales. Y así dejaré de existir un día, pero dejaré de existir al fin, sabiendo lo feliz que me ha hecho poder ser.

Aunque sea en esta humilde pequeñez humana.
Foto: Capitan de su calle

No hay comentarios: