La gente se pierde cuando entra a esta oficina.
Las habitaciones son grandes, la gente ya no está acostumbrada a las habitaciones grandes. Se han habituado a buscar enseguida el final de la pieza, del comedor, de la recepción. El fin del lugar.
Entran, ven y piensan; “Por acá debe terminar”. Se desorientan cuando no termina donde creen, y sigue… y sigue.
Este es un viejo edificio de enorme cantidad de habitaciones, conectado a su vez con otro edificio de iguales características. Lo que hace que una enorme superficie. Un incalculable espacio muy alto y muy pero muy ancho, se pueda recorrer por dentro.
Muchos se pierden, se sienten en un laberinto. Pero no es tan difícil. Es una cuestión de costumbre. Uno se acomoda, toma puntos de referencia, memoriza caminos, pone señales. Al cabo de un tiempo está moviéndose por una laberinto sin siquiera darse cuenta. Lo hace naturalmente como si fuera la cosa más sencilla.
Si. Uno se habitúa. Hasta a los laberintos se habitúa uno.
Hace un tiempo atrás, cuentan, hubo una gran mudanza que dejó vacía una enorme cantidad de oficinas, las más bellas por cierto. Ventanales enormes, pisos de madera, hogares con mosaicos esmaltados. Sin lugar a dudas, lo que se mudó fue el directorio; lo cual nos da el alivio de tener lejos a los jefes. Por lo menos por un tiempo (ya aparecerá algún otro “Jefe” para ocupar la vacante) y la posibilidad de ocupar ese sector del laberinto con alguno de nuestros escritorios y nuestros chismes de pasillo.
Es raro mudarse de lugar en un laberinto. En los laberintos la gente no presta atención a los recovecos. Lo único que les interesa es la salida, cuando están adentro, o la entrada cuando están afuera. Y en el caso de la entrada basta un solo paso al frente para ser olvido. La salida importa, la salida y nada más. Los demás lugares del laberinto solo cobran importancia cuando comienza a difuminarse la idea de salir, cuando uno empieza a encontrar interés en estar adentro.
Interés, bueno…interés. ¿Cuánto dura el interés en un laberinto? ¿Cien curvas? ¿Cuarenta pasillos? ¿Veinte vueltas al mismo lugar? Después viene el hartazgo, la impaciencia, la perdida del control, la desesperación y luego lentamente la depresión, la pena, la desilusión y por fin el abandono.
Lo que viene después es lo interesante. Supongo que porque es lo que queda al fin. Lo que viene después del abandono. Los que no mueren en el intento se levantan. Tarde o temprano alguna pulsión de vida los saca del letargo. Hambre, sed, dolor. Y una vez que esto sucede se levantan para no caer más, aunque no más tampoco para vivir como antes. Solo es un intermedio gris.
Por eso digo, interés…lo que se dice interés…no, tanto no. Tan solo una pequeña atracción, la misma pulsión de la que hablaba, como el hambre, como la sed, la necesidad de buscar un lugar tranquilo, un lugar más tibio y calmo. La necesidad de que encontrar a otro. Encontrar a alguien mas que no quiera caminar mas en el laberinto, que ya no quiera salir y entonces otra oficina, otro despacho, otro escritorio mejor. Asumir que no se puede salir del laberinto es comenzar a entender que no es un “no lugar”, es un lugar para estar, para ser.
El directorio se mudó. A los que quedan, los que dependían enteramente de él no se les dejó ninguna directiva en especial. El directorio ya no está. No existe más. ¿Qué hacemos ahora? ¿Adonde vamos a ir a parar?
Hay algunos que aseguran que las directivas llegarán un día y nos dirán que hacer. Mientras tanto, según dicen, hay que seguir desarrollando las últimas directivas que dejaron los últimos gerentes e implementarlas en todos los órdenes de trabajo; lo cual ocasiona algunos inconvenientes y más de una contradicción. Si en una oficina, una orden puede cambiar de un minuto a otro, el caos que puede generar una orden final, una ultima orden es indescriptible. Mucho más si esa orden no es el corolario de una considerable causa, el concepto cuasi existencial y con aires talvez de proselitismo que pone fin a una justa magnifica. No. Las últimas órdenes fueron verdaderas nimiedades, intrascendentes y estupidas que quedaron allí, sobrestimadas no por su dimensión sino por su ubicación. Valoradas solo por últimas y no por buenas.
De ese modo, hay gente que ha pasado y que sigue pasando mucho tiempo inventariando abrochadoras o colocando planillas “a” en la pila de la derecha y planillas “b” en la pila de la izquierda, como si todo el tiempo un telegrama de despido les rozara una oreja augurándoles el averno de los desocupados.
Por supuesto que esto causa los problemas pertinentes. Las planillas se acaban o no entran en ninguna parte. Las abrochadoras son clasificadas minuciosamente, por nombre, color, tamaño, cantidad de broches, antigüedad, etc., sin quedar ya que clasificar. Una vez concluido el trabajo, sobrevuela un fugaz y pecaminoso pensamiento de ocio por sobre las cabezas de todos los empleados, pero enseguida es tapado por la culpa y el temor de oír ese ruidito a papel de telegrama. Luego, la primera duda, la mas existencial: ¿Para que hago esto?, la segunda, mas terrenal: ¿lo habré hecho bien?, la tercera: Si no hago esto, ¿que hago?
Las habitaciones son grandes, la gente ya no está acostumbrada a las habitaciones grandes. Se han habituado a buscar enseguida el final de la pieza, del comedor, de la recepción. El fin del lugar.
Entran, ven y piensan; “Por acá debe terminar”. Se desorientan cuando no termina donde creen, y sigue… y sigue.
Este es un viejo edificio de enorme cantidad de habitaciones, conectado a su vez con otro edificio de iguales características. Lo que hace que una enorme superficie. Un incalculable espacio muy alto y muy pero muy ancho, se pueda recorrer por dentro.
Muchos se pierden, se sienten en un laberinto. Pero no es tan difícil. Es una cuestión de costumbre. Uno se acomoda, toma puntos de referencia, memoriza caminos, pone señales. Al cabo de un tiempo está moviéndose por una laberinto sin siquiera darse cuenta. Lo hace naturalmente como si fuera la cosa más sencilla.
Si. Uno se habitúa. Hasta a los laberintos se habitúa uno.
Hace un tiempo atrás, cuentan, hubo una gran mudanza que dejó vacía una enorme cantidad de oficinas, las más bellas por cierto. Ventanales enormes, pisos de madera, hogares con mosaicos esmaltados. Sin lugar a dudas, lo que se mudó fue el directorio; lo cual nos da el alivio de tener lejos a los jefes. Por lo menos por un tiempo (ya aparecerá algún otro “Jefe” para ocupar la vacante) y la posibilidad de ocupar ese sector del laberinto con alguno de nuestros escritorios y nuestros chismes de pasillo.
Es raro mudarse de lugar en un laberinto. En los laberintos la gente no presta atención a los recovecos. Lo único que les interesa es la salida, cuando están adentro, o la entrada cuando están afuera. Y en el caso de la entrada basta un solo paso al frente para ser olvido. La salida importa, la salida y nada más. Los demás lugares del laberinto solo cobran importancia cuando comienza a difuminarse la idea de salir, cuando uno empieza a encontrar interés en estar adentro.
Interés, bueno…interés. ¿Cuánto dura el interés en un laberinto? ¿Cien curvas? ¿Cuarenta pasillos? ¿Veinte vueltas al mismo lugar? Después viene el hartazgo, la impaciencia, la perdida del control, la desesperación y luego lentamente la depresión, la pena, la desilusión y por fin el abandono.
Lo que viene después es lo interesante. Supongo que porque es lo que queda al fin. Lo que viene después del abandono. Los que no mueren en el intento se levantan. Tarde o temprano alguna pulsión de vida los saca del letargo. Hambre, sed, dolor. Y una vez que esto sucede se levantan para no caer más, aunque no más tampoco para vivir como antes. Solo es un intermedio gris.
Por eso digo, interés…lo que se dice interés…no, tanto no. Tan solo una pequeña atracción, la misma pulsión de la que hablaba, como el hambre, como la sed, la necesidad de buscar un lugar tranquilo, un lugar más tibio y calmo. La necesidad de que encontrar a otro. Encontrar a alguien mas que no quiera caminar mas en el laberinto, que ya no quiera salir y entonces otra oficina, otro despacho, otro escritorio mejor. Asumir que no se puede salir del laberinto es comenzar a entender que no es un “no lugar”, es un lugar para estar, para ser.
El directorio se mudó. A los que quedan, los que dependían enteramente de él no se les dejó ninguna directiva en especial. El directorio ya no está. No existe más. ¿Qué hacemos ahora? ¿Adonde vamos a ir a parar?
Hay algunos que aseguran que las directivas llegarán un día y nos dirán que hacer. Mientras tanto, según dicen, hay que seguir desarrollando las últimas directivas que dejaron los últimos gerentes e implementarlas en todos los órdenes de trabajo; lo cual ocasiona algunos inconvenientes y más de una contradicción. Si en una oficina, una orden puede cambiar de un minuto a otro, el caos que puede generar una orden final, una ultima orden es indescriptible. Mucho más si esa orden no es el corolario de una considerable causa, el concepto cuasi existencial y con aires talvez de proselitismo que pone fin a una justa magnifica. No. Las últimas órdenes fueron verdaderas nimiedades, intrascendentes y estupidas que quedaron allí, sobrestimadas no por su dimensión sino por su ubicación. Valoradas solo por últimas y no por buenas.
De ese modo, hay gente que ha pasado y que sigue pasando mucho tiempo inventariando abrochadoras o colocando planillas “a” en la pila de la derecha y planillas “b” en la pila de la izquierda, como si todo el tiempo un telegrama de despido les rozara una oreja augurándoles el averno de los desocupados.
Por supuesto que esto causa los problemas pertinentes. Las planillas se acaban o no entran en ninguna parte. Las abrochadoras son clasificadas minuciosamente, por nombre, color, tamaño, cantidad de broches, antigüedad, etc., sin quedar ya que clasificar. Una vez concluido el trabajo, sobrevuela un fugaz y pecaminoso pensamiento de ocio por sobre las cabezas de todos los empleados, pero enseguida es tapado por la culpa y el temor de oír ese ruidito a papel de telegrama. Luego, la primera duda, la mas existencial: ¿Para que hago esto?, la segunda, mas terrenal: ¿lo habré hecho bien?, la tercera: Si no hago esto, ¿que hago?
A revisar todo. Otra vez. De nuevo. Desde el principio.
7 comentarios:
Muy bueno! Espero lo que sigue.
Besos
Muy bueno Picotto, sus textos siempre me llegan.. o usted escribe cosas que vive y son parecidas a las mias, o me permito pensar (en un ataque narcisista), que usted roba mi malaria actual para escribir semejantes cosas... jajajaa
Y no me vengas que por ninguna de las dos! que sino quedo mal con mi narciso! jajaajajaja
No querré una foto en bolas pero tengo lo mio.. como todas
No es fácil lo del laberinto. Asumir que el laberinto es, incluso, esa sala enorme y vacía, es parte de la solución.
Lo bueno dellaberinto quizás sea recorrerlo, y prestar atención al detalle de cada curva, cada recoveco.
Y de repente, sin darse mucha cuenta, encontrar un descanso soleado, con algo de verde, jazmines y pajaritos(nunca diré una salida. no creo que la haya y no está mal tampoco. depende de lo que vea uno en ese laberinto)
Y los jefes.... los jefes están hasta que uno no los necesita. Y por fin puede ponerse su kioskito, y ser su propio jefe. Y pelearse,por fin, sólo con uno mismo. Pero para llegar a ese momento, hay que aprender mucho por el camino laberíntico.
La cuerda y el beso de Ariadna se encuentran a la vuelta de esa esquina
A no desesperar
yo siempre pensé que es "un caso" el tema del laberinto... o sea, es sólo una cuestión de "desde dónde uno está parado en la vida"...
uno se emperra y se emperra en querer recorrerlo, resolverlo, es un enigma... cuando en realidad, si uno en lugar de mirar al frente tipo toro, se elevase (porque no tiene paredes que llegan al inifito del cielo) quizás en un insight pueda descubrir su fórmula... pueda entender su configuración, es sólo dejar de pensar derecha, izquierda, adelante atrás... me remite a la meditación y la vida, a la levitación también...
uno trata por la lógica, derecha, izquierda, adelante, atrás, de superar lo incomprensible, y me parece que desde otro lugar, puede llegar más lejos, más allá...
muy buena entrada
Desquiciada: Muchas gracias! Ahi esta publicado el resto del relato. Que lo disfrute.
Safira: Bueno mire...un poco y un poco. Vio como es esto de escribir.Hay que plagiar la vida a uno, al otro y al otro. Y la propia, claro, mas que ninguna. Bajo ningun punto de vista me voy a querer pelear con el amigo ese Narciso que usted tiene. Si nos conocemos. Buena gente.
Lo de la fotos bueno...vealo, meditelo con narciso.
Maria: Los lugarcitos, no? Los rincones que uno puede hacerse en medio de esto y encontrar un poco de sol en algunos momentos. Algo de paz. Los jefes (como idea de mandato)son algo que se saca en mayor medida. Cada uno hace su caminito ahi en el laberinto.
Voto la mocion de los kioscos.
Converc: Si, es verdad lo que decis. Es barbaro adonde llegó este relato. Lo escribí cuando entre en Mexico. Los hechos concretos, reales, son los mismos.
A final de cuentas de todo se puede decir algo, no?
Gracias a todos por pasar. Por encima de nosotros, aqui charlando, la segunda parte del relato sobrevuela.
Espero que les guste.
Gracias otra vez
LA pregunta, es, a mi criterio, la tercera.
Una vez develada esa interrogacion, el resto se devana (casi) solo...
Qué cierto eso que decís de los laberintos. Uno los conoce cuando deja de buscar la salida.
Un beso.
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